martes, 24 de abril de 2012

Y allí estaba ella, sentada en aquel bar: sola, a pesar de la gente que reía a su alrededor; fría, sin percibir los 30 grados de la calle; vacía, ignorando el puto volcán que estaba a punto de entrar en erupción en su interior. Se decepcionaba a sí misma día tras día, cerveza tras cerveza, y se juraba que aquella sería la última vez.

Cuando dejó de distinguir el sabor de aquel líquido amargo en su boca salió de allí, prometiéndose cambiar de vida hasta el sábado siguiente. Corrió todo lo rápido que pudo, intentando luchar contra las agujas del reloj (esas que tanto le angustiaban), hasta que llegó a ese rincón oscuro, su rincón de paz en la contaminada ciudad.

Se tumbó en aquel césped, mirando las estrellas, y pensó. Pensó y reflexionó como hacía mucho tiempo que no hacía. Abrió los cajones que no se había permitido tocar en meses, y rompió a base de recuerdos la pared que tanto le había costado construir alrededor de su corazón.

Ya no le quería, claro que no, pero era imposible dejar de sentir, en todos los aspectos y magnitudes. Se rió de sí misma, y de todas las veces que había repetido que estaba olvidado. De todas y cada una de las veces que se había refugiado en otros labios, cuando lo único que realmente quería era fundirse en sus manos, navegar en sus ojos, perderse en su olor.

Y lloró. Lloró bajo aquella noche estrellada prometiéndose, una vez más, que aquella sería la última vez.

1 comentario:

  1. Porque si duele, es que aún te importa..
    Decirte que muchas gracias por haberte estado pasando por mi blog y que tú no escribes pero para nada mal. :)
    Un beso, y espero que alguna de esas veces sea de verdad la última ;)

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